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LOS GERIÁTRICOS: PREJUICIO O REALIDAD

“Las residencias son grandes instituciones para vivir, siempre y cuando te guste vivir en una institución”

Los primeros meses de pandemia asistimos a una ingente cantidad de noticias sobre las residencias, muchas de ellas distorsionadas y sin mucho calado reflexivo que permitiera una visión y comprensión global del modelo institucional. El virus ha visibilizado algo que ya existía en estos lugares; los profundos problemas de gestión y funcionamiento.

El envejecimiento de la población es un hecho en el estado español, así que no podemos posponer una realidad que nos ha llegado o llegará a nuestra propia vida. Estamos ante la posibilidad de abrir espacios personales y colectivos para repensar el envejecimiento, la dependencia y los cuidados propios y de nuestro entorno, o de lo contrario, convertirnos en sujetos excluidos/as y recorrer una trayectoria fijada desde fuera, yendo a parar a estos espacios excluyentes y malignos como son muchas de las residencias actuales.

Sólo una mirada miope afirmaría que las residencias se construye porque las personas mayores las desean y no por las ventajas que obtiene la sociedad.Pertenecen a una arquitectura de la exclusión, una estructura excluyente y organizadora que recoge a personas expulsadas de la sociedad, que acaban representando los papeles asignados por la sociedad neoliberal: improductivas, dependientes, enfermas, necesitadas, tuteladas e inválidas. Se les convierte en seres inútiles e insignificantes para esta sociedad, no sólo son apartados de sus entornos cotidianos, sino que además muchas veces son atendidos inadecuadamente dentro de instituciones.

Es básico cuestionar y complejizar este modelo asilar y, también, la política del estado español que prioriza la construcción de residencias. Primero, porque fractura contextos de proximidad, rompe biografías y vulnera derechos humanos y, por tanto, cuestionar el “modelo de camas” del que hablan los políticos tiene fuertes tintes éticos-políticos, y segundo, porque crea, sustenta y perpetúa entornos de cuidado malignos dentro de estos edificios por parte de las personas que trabajan en ellas a consecuencia de las pésimas condiciones laborales y formativas.
La crisis sanitaria ha generado inquietud en la sociedad dejando una pregunta en el aire ¿las residencias son buenos lugares para ir a parar?

 

 

Cristina Nagore
Terapeuta ocupacional
Máster en Atención Integral y Centrada en la Persona

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