Salut i bellesa

ME SOLÍA SENTIR CULPABLE

Me puedo equivocar, pero creo que casi todas las personas con el rasgo de la alta sensibilidad han pasado por esa fase en que se sentían responsable de todo, todas y todos. También es posible que todavía te encuentres en esa fase, algo que no me extrañaría para nada ya que, personalmente, esa actitud ha dominado más de la mitad de mi vida. Te cuento…

Me solía sentir responsable del bienestar de mis padres, de mis parejas, de mis vecinos, amigos y por el mundo en general. Por supuestísimo me sentía responsable del bienestar de mis hijos, y reconozco que allí sigo ‘pecando’ un poco de vez en cuando. El hecho es que, más de mirar por mis propias necesidades, miraba por lo que yo pensaba (por no decir ‘intuía’) que fueran las necesidades ajenas y, sin verificarlo, me apresuraba hacer lo que podía para llenar un hueco emocional o física que percibía yo, saltándome preguntas tipo, ¿necesitas algo? ¿te puedo echar una mano? – aportando la solución yo y quitándoles la oportunidad de crecer y madurar a los otros, a aquellos que acabaron ‘salvados’ por mí. Evidentemente estaba haciendo algo que necesitaba yo: evitar de sentirme culpable o, dicho de otra manera, sentirme útil y valorada y eso bajo una salsa dorada de querer sentirme responsable de todo, menos de mi misma y de mis propias carencias.

Cuando finalmente me di cuenta que esa actitud mía tenía mucho que ver con mi falta de autoestima y con el hecho de que no me valoraba mucho, aparte de que no era mi tarea resolverle la vida a nadie, me salté al otro extremo en el sentido de que, de repente, empecé a colocar toda la culpa del malestar ajeno fuera de mi. Donde antes me cargaba de responsabilidad de todo el mal y el dolor del mundo mundial, ahora me salté al lado opuesto y colocaba toda esa responsabilidad fuera. No soy yo, tu eres tu problema.

Si, por ejemplo, alguien se sentía molesto por el hecho que dedico muchísimo tiempo a mi trabajo, le decía que esa queja tenía que ver con una carencia de atención de esa persona y que no tenía nada que ver conmigo. Si alguien se sentía ofendido por mi opinión, pues, mi actitud podía llegar a rozar a lo soberbio, diciéndole algo como: Si no te gusta, te puedes ir. O sea, desde sentirme responsable de todo, me pasé al otro extremo de no sentirme responsable de nada ni de nadie. De ser sufrida me puse de un egoísmo frío y feroz, con una actitud muy poca participativa. Hasta que, afortunadamente, se me cayó la ficha y entendí con contundente claridad y cierta vergüenza que para nada soy yo el ombligo del mundo, o bien, que sin cuerpo tampoco hay ombligo.

Cada parte de un cuerpo, de un organismo tiene una función, y el cuerpo solamente es ‘cuerpo’ si todos los órganos trabajen en unísono. Cada elemento tiene su tarea, pero el trabajo que realiza, lo realiza para apoyar a los otros elementos para que puedan hacer su tarea. O sea, es verdad, tengo que ocuparme de mi trabajo, de mis tareas, de los temas que me tocan, pero cualquier cosa que hago, o la manera en que lo hago, repercute en mi entorno inmediato y menos inmediato. Yo soy yo, pero solamente soy yo en función de algo mayor. Con mis acciones contribuyo a que ese ‘algo mayor’ pueda funcionar, mientras que es ese ‘algo mayor’ que da sentido a mi funcionar.

¿Qué significa esto en concreto? Si a mi pareja le produce un malestar que yo trabajo más de lo que a él le gustaría, pues sí, ese malestar vive en él y no tiene que ver directamente conmigo. El siente algo en función de su propia escala de lo que le hace sentir bien y lo que no, y esto es fruto de lo que la vida le ha enseñado. Si yo siento la necesidad de trabajar la cantidad de horas que me produce una sensación de estar contenta con lo logrado, esto es algo que –de la misma manera- tiene que ver conmigo. Pero somos pareja y hemos decidido querer serlo. No puedo decirle que sus emociones son exageradas, porque no lo son desde su punto de vista. Y viceversa pasa lo mismo. ¿Sería posible reconocer las emociones o necesidades ajenas sin sentirme responsables por ellas; de tenerlas en cuenta amorosamente sin anular las mías propias? Yo creo que sí.

De esta manera llegamos a un punto medio, a la consciencia de que, para estar bien y para que el cuerpo (la relación) funcione, cada órgano se tiene que ocupar de su propia tarea o bienestar de tal manera que no solamente mira por su propio funcionamiento, sino que, haciendo esto procura tener en cuenta y valorar el bien funcionar de los otros órganos con el objetivo mayor del buen funcionamiento de la relación en sí. Y es entonces que nos damos cuenta que la responsabilidad se convierte en respeto o, si quieres, en libertad.

Si se logra actuar desde el respeto, ayudar al otro llega a ser un acto de libertad. Lo hago porque lo quiero hacer. Lo hago porque veo que contribuye a un bien mayor. Y como no lo hago por necesidad de que me valoren, o por no sentirme culpable, no pediré ni esperaré nada a cambio. Ayudo a mis vecinos porque ‘me da la gana’, pero para nada pensando cosas tipo: si yo les ayudo hoy, ellos me ayudarán mañana. No. Si es eso tu punto de salida, no actúas desde la libertad sino desde la expectativa, robándoles la libertad a ellos. Me explico: si ayudas y esperas que ellos te ayudarán a cambio, date cuenta de que a lo mejor ellos no quieren/pueden ayudarte cuando tú necesitas de ellos y si contabas con ello te puedes llegar a sentir decepcionado o defraudado…

Nos podemos ahorrar mucho dolor y malestar, mucha sensación de estar ofendidos o ignorados, si nos damos cuenta dónde empieza y dónde acaba nuestra responsabilidad y dónde empieza el respeto y con ello la visión del bien del total. Soy responsable de no hacer daño, de respetar al otro y de dejarle libre. En este sentido soy co-responsable para que algo mayor que yo mismo puede

funcionar y desarrollarse.

Resumiendo… No, no eres responsable de todo el dolor del mundo y del malestar en general, por mucho que te afecte. Hay cosas, muchísimas cosas, que pasan y que no vas a poder arreglar o solucionar tu. A veces incluso conviene dejarles a otros que pongan de su parte. Si quieres ayudar, hazlo después de haber preguntado a la otra persona si necesita ayuda y de qué manera podrías ayudarle, observando tus límites y también las suyas. Y tampoco es verdad que cada opinión que no coincide con la tuya, cualquier queja que te llegue o comentario que te hace sentir mal por definición no tiene que ver contigo. Por lo menos podrías preguntarte si has hecho o dicho algo que ha provocado esa reacción que no es de tu agrado. Aquello de “eso es tu problema” puede sentir como la verdad, pero generalmente las cosas no son tan blancas o negras.

Y lo peor es que nadie se va a beneficiar de una actitud tan tajante. Allí podrías preguntarte por el motivo y el contexto de la otra persona, por su dolor y su herida que le hace reaccionar de una manera que a ti te produce una sensación de rechazo. (En principio no existe gente ‘tóxica’, sino que existen personas que nos hacen sentir dolidos, indefensos, atacados… En ese caso suele ser la interacción de dos personas que hace visible heridas del pasado, generando situaciones que casi siempre son grandes regalos en el proceso del autoconocimiento). O sea, a lo mejor te va bien esa sensación de que algo ajeno que te moleste no sea tu problema, pero en realidad y en un determinado nivel sí tiene que ver contigo y con lo que se genera a causa de la interacción. Recuerda que nadie es perfecto.

Ahora, es en el punto medio entre estos dos extremos (soy totalmente responsable/no soy responsable en absoluto y ni tiene que ver conmigo) donde vamos a encontrar la paz y  la serenidad. Somos co-responsables siempre, aunque no sea siempre visible ni obvio. Por ser quienes somos, por decir lo que decimos, por gesticular como gesticulamos, por pensar como pensamos y por actuar como actuamos, no nos podemos librar de nuestro entorno. Formamos parte de algo mucho más grande y complejo, igual que esa gota de agua forma parte del mar. En cuanto a nuestro rasgo siempre lo digo: si es que somos más sensibles que la gran mayoría, es nuestro deber responsabilizarnos por nuestras reacciones en lugar de ‘culpar’ el mundo por no ser como nosotros. En lugar de quejarnos, nos trabajamos para llegar a dar la vuelta a la tortilla: Si yo soy como soy, ¿qué hago para entender al otro que no es como yo y qué hago para poder aportar un poco de sensibilidad al mundo? La clave, pues, está en la compasión y en la empatía, en salir de tu pequeño ‘yo’ herido y ofendido, para colocarte en el punto que te permite ver la perspectiva del bien mayor y dejarte inspirar por ello. La co-responsabilidad y el respeto forman el primer escalón hacia ese punto.

 

 

Karina Zegers

Coach especializada en PAS y escritora

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