LA DOBLE VICTIMA: LA PRÁCTICA SOCIAL HISTÓRICA DE SEÑALAR A LA VICTIMA DE VIOLACIÓN EN 1389
A lo largo de la historia, las mujeres han sido, en muchas ocasiones, víctimas de un sistema social y judicial que, en lugar de protegerlas, las culpabilizaba y señalaba. En la época medieval y durante siglos posteriores, una de las prácticas más crueles era la de señalar a las víctimas de violación, culpándolas por el abuso sufrido y, en muchos casos, sometiéndolas a un juicio público que las hacía doblemente víctimas, de la agresión y de una sociedad que no las entendía ni protegía.
La historia nos muestra que en muchas sociedades, las mujeres que denunciaban una violación no solo enfrentaban el trauma de la agresión, sino también la condena social. Se les cuestionaba sobre su comportamiento, su vestimenta, su moralidad y, en ocasiones, incluso sobre si habían provocado el ataque de alguna forma. Esta actitud reflejaba una visión profundamente patriarcal en la que se les culpaba de lo sucedido, al considerar que eran ellas las responsables de su propio sufrimiento.
Este tipo de prácticas no solo afectaba la reputación de las mujeres, sino que muchas veces impedía que las víctimas pudieran acceder a la justicia, ya que las presiones sociales y las normas de la época las obligaban a guardarse el dolor y la humillación en silencio.
En muchos casos, las mujeres que denunciaban una agresión sexual eran sometidas a un juicio público que no solo las hacía víctimas del agresor, sino también de una sociedad que no quería o no sabía cómo tratar la violencia sexual. La moralidad y la “honra” de la mujer eran temas fundamentales, y muchas veces se consideraba que la violación era una forma de castigo por la supuesta transgresión de normas sociales, incluso si la víctima era inocente.
En este contexto, las mujeres no solo perdían su integridad física y emocional, sino que también sufrían una humillación pública que las marcaba de por vida, sin importar su versión de los hechos.
Las mujeres que pasaban por este proceso de revictimización no solo vivían con el dolor del abuso, sino que también se enfrentaban a la exclusión social, el rechazo y, en muchos casos, la pérdida de sus propios derechos y dignidad. La estigmatización afectaba su capacidad para formar una vida normal, ya que eran vistas como “sucias” o “culpables” de lo que les había ocurrido.
Este tipo de prácticas también tuvo un impacto psicológico devastador, ya que muchas mujeres se vieron obligadas a cargar con la culpa y la vergüenza, un peso emocional que perduró en su vida durante años, si no toda su vida. Este sufrimiento, además de la falta de apoyo institucional y social, las dejaba sin las herramientas necesarias para sanar o incluso para protegerse de futuros abusos.
Afortunadamente, con el tiempo, las leyes y las normas sociales han ido evolucionando. En la actualidad, aunque aún persisten ciertos prejuicios y desafíos para las víctimas de violación, la protección y el apoyo a las mujeres que denuncian agresiones sexuales han mejorado notablemente. Hoy en día, se entiende que la víctima no es responsable del crimen sufrido, y se luchan por sistemas judiciales que apoyen a las víctimas en lugar de revictimizarlas.
Este cambio de perspectiva, que busca proteger y apoyar a las víctimas en lugar de culparlas, es esencial para que las mujeres puedan salir adelante tras una agresión sexual. Sin embargo, el camino hacia una sociedad completamente justa y equitativa sigue siendo largo, y es fundamental que se sigan impulsando políticas que fomenten el respeto, la igualdad y la protección de todas las mujeres.
La práctica histórica de señalar a la víctima de una violación revela una realidad dolorosa, la cultura de la culpabilización que ha existido a lo largo de los siglos. Las mujeres no solo han sufrido el abuso sexual, sino que también han sido sometidas a un juicio social que las ha marcado y las ha hecho doblemente víctimas. La evolución de las normas sociales y legales ha sido clave para cambiar esta perspectiva, pero la lucha por una sociedad más justa y equitativa sigue siendo esencial para garantizar que las mujeres puedan vivir sin miedo a ser culpabilizadas por los crímenes que se cometen contra ellas.