CUANDO EL PROFESIONAL NECESITA DESACREDITAR PARA BRILLAR
En el amplio y diverso mundo de las terapias ya sean psicológicas, holísticas, corporales o energéticas existe un fenómeno tan común como lamentable: el profesional que, para sobresalir, siente la necesidad de juzgar negativamente el sistema de trabajo de los demás. No habla de su método con humildad ni reconoce que cada sistema tiene su valor; al contrario, dedica su energía a desacreditar lo que otros hacen. Es la trampa del ego terapéutico, y su presencia erosiona la confianza y la colaboración en todo el ámbito del bienestar.
Estos “gurús del desprestigio” suelen presentarse como los portadores de la verdad definitiva. Afirman que su técnica “es la única que realmente funciona” o que los demás insinua que “no hacen lo correcto”. En su discurso, lo importante no es sanar o acompañar al otro, sino demostrar que otras tecnicas diferente a la suya se equivocan. Lo paradójico es que, en su intento por erigirse como referentes, terminan mostrando justo lo contrario: inseguridad, rigidez y una profunda desconexión con el espíritu genuino de servicio.

Cada corriente terapéutica surge desde una mirada distinta del ser humano. Algunas abordan la mente, otras el cuerpo, otras la energía, el alma o las emociones. Pretender que solo una posee la clave de la sanación es tan absurdo como afirmar que solo un color compone el arcoíris. La riqueza del campo terapéutico radica precisamente en su diversidad, en la posibilidad de complementar enfoques y ampliar horizontes para el bien del consultante.
El respeto entre profesionales no solo es una cuestión ética, sino también una muestra de madurez interior. Quien necesita desacreditar sistemas de trabajo ajeno para dar valor al propio demuestra que aún no ha integrado los principios básicos de cualquier proceso terapéutico: la empatía, la escucha y la humildad. El terapeuta que ha hecho su propio camino de conciencia sabe reconocer el mérito en otros, incluso cuando no comparte su método.
El crecimiento de este sector no depende de quién “gana” la discusión sobre qué técnica es mejor, sino de la capacidad colectiva de sostener un diálogo abierto, respetuoso y colaborativo. Porque, al final, todos los que trabajamos por el bienestar humano deberíamos tener un mismo propósito: aliviar el sufrimiento y acompañar a las personas en su transformación. No hay bandos en la sanación.
Quizás ha llegado la hora de recordar que el verdadero profesional no compite, contribuye. No impone, inspira. Y no destruye lo que otros construyen, sino que honra el camino de todos los que, desde su lugar, buscan servir a la vida.




